¿Has sentido estrés, preocupación o ansiedad? ¿Cuántas veces te has refugiado en la comida para calmar esos sentimientos? Puede que en más de una ocasión hayas utilizado la comida para tratar de satisfacer otras necesidades. Como válvula de escape y como método de confort para aliviar la angustia que te haya generado alguna situación desagradable en la vida.

Pero precisamente cuando esto se convierte en un hábito más que en un hecho aislado, y dependemos totalmente de la comida para complacer nuestras necesidades emocionales, estamos ante un problema de hambre emocional.

¿Qué es el hambre emocional?

El hambre emocional es un estado en el que los individuos comen obedeciendo a una compulsión, no por necesidad real de ingerir alimento. No se trata de un hambre o apetito real, el cual nos alerta de que nuestro cuerpo necesita recursos nutricionales que le proporcionen energía.

Se trata de, básicamente, comer por comer. Es un trastorno alimenticio relacionado con los conflictos anímicos y las emociones y con el hecho de no ser capaces de gestionarlas adecuadamente. Normalmente suele ocurrir cuando sufrimos estrés, ansiedad, una fuerte sensación de tristeza o, incluso, depresión. Pero también es posible tener este tipo de relación con la comida por mero aburrimiento: por concebir el hecho de comer como una actividad capaz de llenar un vacío.

Este trastorno se caracteriza, por lo tanto, porque la persona que lo padece siente una gran necesidad de comer de forma impulsiva e incontrolada, a pesar de que realmente no tiene hambre. Come, tal y como decíamos, para satisfacer esa situación que lo perturba; aunque se trata de un conflicto emocional que se está resolviendo, claramente, de forma inadecuada.

Características del hambre emocional: ¿Cómo puedo saber que tengo este problema?

  • Necesidad de comer a pesar de no tener hambre. Esto ocurre cuando sientes la necesidad urgente de ingerir comida, aunque no tienes la necesidad fisiológica real de alimentarte. No experimentas, por lo tanto, el hambre común.

 

  • Comer de forma impulsiva. Todos hemos tenido antojos en momentos puntuales, pero con el hambre emocional esos antojos son habituales y prácticamente se traducen en “devorar” de forma impulsiva sin poder evitarlo.

 

  • Sentimiento de culpa. Es bastante común que te sientas muy culpable después de darte uno de esos atracones fruto del hambre emocional. Puesto que la ingesta de comida en exceso no solamente hará que te sientas mal físicamente (empacho y otros problemas de salud derivados de comer demasiado), sino que te aleja de enfrentarte con las herramientas adecuadas a los problemas o conflictos reales que te generan insatisfacción.

 

  • Comer para estar mejor. El trasfondo de esta situación es perseguir un sentimiento de mejora y bienestar emocional, aunque se hace de una forma inadecuada: comiendo. Por lo tanto, la actitud es “evitadora”, en lugar de ser saludable psicológicamente. Y la ansiedad es como una bola de nieve que se acumula si no nos enfrentamos a ella y escuchamos a nuestro cuerpo y nuestra mente. Comeremos más y nos sentiremos cada vez peor.

 

Hambre física vs hambre emocional: ¿Cómo podemos distinguirlas?

El hambre física o fisiológica, una vez que aparece, tiende a incrementarse de forma gradual y puede satisfacerse con cualquier tipo de comida. Por tanto, podrías elegir una comida saludable para calmarla sin problema. Una vez que comes, no necesitas seguir haciéndolo, puesto que experimentas la sensación de saciedad.

En cambio, el hambre emocional aparece de forma repentina con deseos y urgencia de comer un alimento específico, normalmente “comida basura” o no saludable. Y, aunque tomes esos alimentos, no logras satisfacer el antojo: no desaparece la sensación de hambre y quieres seguir comiendo. Tras los atracones de comida por hambre emocional es muy habitual que se tenga sensación de culpa.

 

Situaciones que nos llevan a comer de forma emocional

  • Incapacidad para gestionar emociones negativas. Nos han enseñado que las emociones negativas o desagradables solo nos hacen sufrir, y que por eso es mejor esconderlas, reprimirlas o contenerlas. Por no saber gestionar estas emociones, muchas personas recurren a la comida para sentirse mejor.

 

  • Mala relación o desconexión con uno mismo. El exigirse mucho a uno mismo y tener una voz autocrítica constante, hacen que reprimamos nuestras necesidades. Al estar desconectados de las señales de nuestro propio cuerpo puede ser habitual que no sepamos comprenderlas de forma adecuada. En estas ocasiones, usamos la comida como forma de distraernos, despejarnos o hasta animarnos.

 

  • Altos niveles de estrés. El estrés es una respuesta natural de nuestro cuerpo para prepararnos ante una situación compleja o que requiere de nuestra total alerta y de un gran esfuerzo por parte de nuestro organismo. El problema ocurre cuando ese estrés nos acompaña a diario, generando así efectos negativos en nosotros. Nuestro organismo lo interpreta como un peligro, y encontramos en la comida un refugio ante esta situación.

 

  • Exceso de autocontrol. El hecho de estar todo el día controlando (o, mejor dicho, tratando de controlar…) o reprimiendo nuestras apetencias, puede derivar en una explosión de hambre emocional que solamente se sacia a través del atracón. Por ejemplo, ante dietas excesivamente restrictivas se corre el riesgo de generar un efecto rebote: terminaremos consumiendo grandes cantidades de comida no solamente por frustración y agotamiento, sino porque no sabemos distinguir cuándo está saciado realmente nuestro hambre real.

 

  • Comida como exclusiva fuente de placer. Hay ocasiones en las que solamente parece que encontremos bienestar cuando comemos, haciendo así que sea la única fuente de nuestro placer. Esto puede ser consecuencia de insatisfacción personal, seguramente relacionado con el tipo de vida que llevamos. 

 

  • Dificultad en las relaciones interpersonales. Problemas para expresar lo que sentimos, ser asertivos, o comunicarnos puede desencadenar un estado ansioso y gran frustración: pareciera que nunca recibiéramos aquello que esperamos o anhelamos. Es ahí cuando llenamos ese vacío con comida.

 

¿Cómo afecta a nuestra salud?

El hambre emocional se puede dar de forma puntual, sin que tenga un efecto demasiado negativo en nuestra salud. El problema llega, como advertimos previamente, cuando se convierte en rutina y tendemos a gestionar nuestras emociones a través de la comida. Es ahí cuando puede tener graves consecuencias físicas y psicológicas para la persona.

  • Consecuencias físicas. Exceso de peso, obesidad, alteraciones metabólicas.
  • Consecuencias psicológicas. Baja autoestima, depresión, insatisfacción, sentimiento de culpabilidad… 

 

Consejos para saciar el hambre emocional

  • Buscar ayuda profesional
  • Identificar las situaciones o momentos en los que aparece el hambre
  • Aprender a gestionar las emociones
  • Buscar otro tipo de recompensas
  • Realizar ejercicios de relajación
  • Dormir lo suficiente
  • Realizar ejercicio físico
  • Beber mucha agua
  • Mantener la mente ocupada

 

¿Crees que comes sin hambre real de forma constante para saciar tu ansiedad, estrés o preocupaciones? ¿Experimentas atracones tras los cuales te invade un fuerte sentimiento de culpa?

Si la respuesta es afirmativa, es muy probable que te encuentres ante un problema de hambre emocional. Ante este trastorno debemos tratarnos y, para ello, hemos de acudir a especialistas con experiencia en trastornos de la alimentación, que sean capaces de darnos una visión global, tanto física como psicológica, del problema. La atención primaria, en este sentido, debe jugar un papel importante en el diagnóstico. Tu salud es lo primero: lo demás puede esperar, pero ahí nunca hay tiempo que perder. 

 

¿Tienes dudas? Contáctanos y cuéntanos tu problema.

 

Etiquetas:Endocrinología

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Dr. Ignacio Javier Calleja Kempin

Jefe del Servicio Médico-Quirúrgico “Madrid”
Hospital San Francisco de Asís
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